Nací en Melilla, aunque me considero todo un coruñés porque al poco de nacer, mi familia, mis padres, Ramón y Matilde, se trasladaron a esta ciudad, donde criaron a una familia con trece hijos, que en el día de hoy suma cincuenta nietos y veintinueve biznietos. Mi padre, que era militar de profesión, fue un coruñés muy vinculado al deporte, puesto que durante muchos años dio clase de gimnasia y presidió además las federaciones provinciales de atletismo y baloncesto, así como las gallegas de fútbol y esgrima.
Los años de mi infancia fueron inolvidables, ya que transcurrieron jugando siempre jugando en la calle a las chapas, las bolas o el che, así como otros muchos en los que también tenían cabida las niñas. Entre mis amigos de aquel tiempo están los de mi calle y los del colegio de los Salesianos, en el que estudié hasta los once años, como Benito Morán, Salvador Souza, Rafa Canales, Juan Antonio Dans, los hermanos Pastur y Esteban, además de las amigas Margarita Taboada, Kuili Pellejero, Laura Nieves y Elvira Bonet.
Guardo buenos recuerdos de mi paso por los Salesianos, ya que fui un buen alumno pero también hice trastadas con los compañeros que me valieron más de un castigo. Como me hicieron entrar en el coro del colegio como segundo solista, no me dejaban jugar en el recreo y tenía que ingeniármelas para que el sacerdote al que llamábamos Chapi no me viera, ya que si lo hacía, me cogía por una oreja y me llevaba al ensayo, aunque ese coro me valió para que me perdonaran muchas faltas de puntualidad y mal comportamiento. Al salir de ese colegio fui a la Academia Galicia, donde terminé los estudios de bachiller y tuve como compañeros a Jaime Prieto-Puga, Victoriano Reinoso, Secundino Ameijeiras y Luis Mariñas.
Cada vez que había campeonatos de atletismo en los Cantones, los chavales de la pandilla nos pasábamos todo un mes haciendo competiciones en la calle, donde usábamos una vara larga como jabalina, un charco y unas cajas viejas para las carreras de obstáculos y cualquier objeto atado con una cuerda para el lanzamiento de peso. Lo mejor que usábamos en estos juegos era el cronómetro que usaba mi padre en las pruebas de atletismo, que le cogía sin que se enterara y que aún conservo. Cuando había concursos de hípica los imitábamos saltando y corriendo en la plaza de Millán Astray, para enfado de Pepe el jardinero, que nos ponía a pan pedir por estropear los jardines.
Como me gustaban los deportes, empecé a practicar esgrima en la Hípica, donde quedé campeón gallego juvenil en cinco ocasiones, mientras que fui tercero en varios campeonatos de España y campeón nacional juvenil en la modalidad de sable. Como para competir tenía que restar tiempo para los estudios, cuando me invitaron a viajar a Italia no pude ir porque mi padre no me dejó, de forma que fui dejando poco a poco este deporte y comencé a estudiar en la Academia General Militar de Zaragoza, tras lo que ingresé en la Legión, en la que serví durante muchos años, hasta que después ocupé el cargo de comandante militar de Melilla y finalmente regresé a esta ciudad para ser ayudante del capitán general de Galicia en 1987, tras lo que pasé a la reserva para disfrutar de mi familia, compuesta por mi mujer, Teresa, y mis seis hijos: Isabel, Teresa, Ramón, Jaime, Pedro y Jesús, además de mis cinco nietos.
Cuando venía de permiso me reunía con mis amigos para recorrer las calles de los vinos, en unos tiempos en los que todos nos conocíamos y que ya no volverán por los cambios generacionales que se han producido, ya que la ciudad es ahora más moderna y es conocida en casi todo el mundo. Una de las pérdidas más importantes que he sentido es que se prohibiera a los ciudadanos entrar al puerto, ya que fue un lugar en el que muchas personas jugamos de niños, mientras que otras iban a pescar o a ver la llegada y la partida de los pesqueros y todo tipo de barcos sin que hubiera ningún problema, ya que recuerdo cómo venían los mercantes a descargar los plátanos de Canarias o el mineral de hierro, así como los juegos en el secadero de tablas tras la Comandancia de Marina.