Nací en Ferrol, pero siendo aún muy pequeño me vine a vivir a esta ciudad debido a que mi padre, Ramón, era militar y fue destinado al Parque de Automóviles, por lo que se trasladó con mi madre, Carmen, y mis hermanos Constantino, Carmen y Adela. Nos instalamos en la calle Curros Enríquez y fui al colegio del mismo nombre, del que muchos años después fui cofundador de la primera asociación de padres de alumnos. La calle de Orillamar fue testigo de mis andanzas como chaval, época en la que tuve como amigos a Lens, Tuero, Manuel Míguez y José Blanco, con quienes formé mi pandilla en esa zona, aunque también conocí en otras circunstancias a Paco Vázquez, Carlos Pérez, Longueira y González Chas. Nuestras zonas de juegos eran también el Campo de la Leña y las calles de la Torre, San Juan y San José, donde los chavales jugábamos a lo que podíamos, ya que en esa época apenas había juguetes y una pelota que no fuera de trapo se consideraba un tesoro.
Antes de que terminara la construcción del dique de abrigo, los chavales de mi pandilla bajábamos por los Pelamios hasta la playa de San Amaro, la Torre de Hércules y la playa de las Lapas. No puedo olvidarme de los buenos ratos que pasamos en el cine Hércules, que con las películas que proyectaba abrió los ojos y las ilusiones a los niños que al salir soñábamos con vivir aquellas aventuras, ya fueran de vaqueros o de hazañas bélicas, por lo que esa sala pervive en el recuerdo de muchos coruñeses de aquella zona de la ciudad.
También tengo que recordar los momentos que pasé con mis amigos en las calles de los vinos, en las que los días festivos casi no se podía andar por la cantidad de gente que paseaba por ellas y saborear las buenas tapas y vinos que se ofrecían en los muchos bares que había, entre los que nosotros frecuentábamos el Pacovi, la Traída y el Sanín. Algunas veces nos íbamos a los bares de la Ciudad Vieja, aunque también acudíamos a los de nuestro barril como el antiguo Fiuza, el Odilo y el Huevito.
Como a todos los chavales, la buena vida se me acabó al tener que hacer la mili y al acabarla, como era difícil encontrar un trabajo, mi padre me influyó para que entrase en el Ejército, lo que hice finalmente junto con mi hermano Constantino para desarrollar toda mi vida profesional hasta jubilarme hace varios años como comandante. En mi primera etapa como militar me aficioné al fútbol, sobre todo como seguidor del Deportivo, al que aún sigo hoy en día, aunque también lo hice al tiro olímpico, de cuya federación provincial fui directivo, por lo que conocí a un gran número de tiradores de primera fila, como González Chas, Eveline y Eduardo, quienes participaron en varias olimpiadas y campeonatos internacionales, ya que fueron los mejores de la ciudad. Recuerdo como anécdota que durante mi estancia en la federación, poco después de haber muerto Franco se presentaron allí unas quince personas de izquierdas que solicitaron federarse para poder contar con licencia de armas. Cuando les pregunté la razón de que vinieran tantas personas a la vez, me contestaron que querían poder llevar armas como los de derechas. Como los trámites exigían presentar certificados de penales y de buena conducta, al final solo pudieron darse de alta unos pocos.