Nací en la calle Monforte, donde viví con mis padres, Juan y Dolores, y con mi hermana Dolores. Mis primeros amigos de la infancia fueron todos de mi barrio y entre ellos destaco a Carlos Muiños, Mauricio Cajal Pardellas, Eiroa Medín, Carlos Vidal Pita, Amador, los hermanos Santodomingo, los Barbeito, los hermanos Emiliano, Loli y Vicente Villar Pispieiro, Nacho y Veloso. Todos ellos formaban parte de mi pandilla y y eran conocidos en el barrio de Cuatro Caminos y la antigua zona del Borrallón, ya que no había batallita, acontecimiento deportivo o juego en el que faltáramos.
Recuerdo que comprábamos las bujainas en la conocida tienda y librería de Aurorita, que tenía una repisa en el escaparate que era el punto de reunión de nuestra pandilla. Como nunca teníamos ni un patacón al margen de lo poco que nos podían dar nuestros padres y abuelos, cuando queríamos comprar alguna cosa no nos quedaba más remedio que recoger chatarra o pituja, como se le llamaba también. Si teníamos suerte, nos daba para jugar al futbolín en el bar de Serafín, donde para que las partidas durasen más metíamos unos papeles o pañuelos en las porterías para que no se colaran las bolas, hasta que el dueño se enteraba y nos echaba a la calle.
Cuando empezaron a poner los primeros teléfonos, seguíamos a los montadores para recoger el poco cobre que dejaban tirado en el suelo, aunque recuerdo que a veces llegábamos tarde porque otras pandillas ya se lo habían llevado. Un recuerdo que tengo de aquellos años es que la gente guardaba en casa los casquillos de las bombillas fundidas para después venderlos en las ferranchinas. Como no teníamos dinero ni para comprar bolas, nos íbamos a una pequeña cantera del Castro de Elviña en la que había lo que llamábamos barro catalán, con el que hacíamos bolas que luego cocíamos en la cocina de carbón, aunque nos quedaban poco redondeadas.
No me puedo olvidar de los buenos ratos que pasé en las sesiones infantiles de los cines España, Doré, Monelos, Gaiteira y Equitativa, donde tras ver las películas no pensábamos más que en reproducir entre nosotros las aventuras que habíamos visto, para lo que nos fabricábamos pistolas con un simple trozo de madera. A partir de los quince años comenzamos a acudir a todas las fiestas y verbenas, así como a todos los bailes de la ciudad, mientras que los fines de semana recorríamos las calles de vinos, donde nuestros lugares de parada eran el Otero, el Siete Puertas y el Disco, donde todos nos conocíamos.
Aquellos años dorados se me acabaron cuando terminé los estudios de bachillerato en el instituto Masculino, al que acudí tras haber asistido al colegido de don Rafael Vidal en la calle de la Paz. Al acabar los estudios me puse a trabajar con mi padre en su empresa, situada en el puente de A Pasaxe, aunque también empecé a jugar al fútbol en el Ural y en el Unión Sportiva, donde estuve hasta los 21 años, momento en el que tuve que dejarlo por recibir en un partido un gran golpe en la cabeza contra uno de los postes de la portería que me dejó sin sentido durante muchos minutos. Ese accidente me impedía rematar de cabeza, por lo que con gran pena tuve que abandonar este deporte para practicar el fútbol sala en los equipos de La Voz de Galicia y de Frigolouro hasta los años ochenta.
Trabajé con mi padre hasta 1979, año en el que ingresé en el Ayuntamiento, donde permanecí 31 años en la Concejalía de Deportes, por la que pasaron los concejales Eduardo Blanco, Manuel Regueiro, Palau y Francisco Mourelo. Durante muchos años participé en el equipo que organizaba el trofeo Teresa Herrera, cuyo director era Eduardo Aceña García. Ahora, ya jubilado, salgo a pasear con mi mujer, Mar Boedo, de la calle de San Lorenzo, a quien conocí trabajando en el Ayuntamiento, y con quien tengo dos hijos, Paula y Miguel.