Nací y me crié en la calle Marqués de Amboage, donde vivían mis padres, David y Susa, de quien fui hija única. Mi padre era conocido como Deivy por la cafetería del mismo nombre que abrió en los años setenta en la calle San Luis y que sigue siendo un referente en la zona. Mi primer colegio fue la Compañía de María, donde estudié hasta sexto de bachiller, tras lo que pasé a Santa María del Mar, donde fui una de las primeras estudiantes que hicieron el COU.
Hasta los catorce años viví en la casa de mis abuelos, Soledad y Francisco, en Marqués de Amboage, donde regentaban el conocido hostal Fonsagrada. Allí tuve como amigos a Javier, Lupe, Quique, Crespo, Úrsula, Paula, Jorge Garnelo, Chelís García Mares y mis primos y Miguel Ángel. Con toda esta pandilla jugaba en la antigua explanada de la Estación del Norte, de donde tengo el recuerdo del gran incendio que la destruyó y que atrajo durante muchos días la atención de los habitantes de los barrios cercanos, ya que las llamas duraron varios días. Tras el siniestro, los chavales seguimos jugando en la zona durante bastante tiempo hasta que finalmente desmantelaron el edificio.
Además de practicar los juegos tradicionales, organizábamos tómbolas en la calle con unas simples cajas de cartón o de madera sobre las que poníamos a la venta o al cambio todas las cosas que nos sobraban, como postalillas o tebeos. Recuerdo que aprovechábamos al máximo el tiempo libre que nos quedaba después del colegio porque apenas nos llegaba, por lo que los fines de semana jugábamos hasta que se ponía el sol. Era una época bonita, en la que todos los alrededores de donde vivíamos eran grandes fincas y huertas, así como la conocida Granja Agrícola, donde muchas generaciones de chavales disfrutamos hasta que se construyó la avenida de Lavedra.
Cuando Franco venía a la ciudad muchos de sus escoltas se alojaban en el hostal de mis abuelos. Entre ellos estaba el hermano del ahora cardenal Rouco, quien aprovechaba para visitarle aquí. Fue la época más feliz de mi vida pese a que fueron años de carestía gracias al trabajo de mis padres y mis abuelos, a quienes recuerdo con mucho cariño, así como a mis tíos Fina, Vituca, Fito y Arturo.
También tengo que destacar los buenos momentos que pasé en el colegio con mis compañeras Pilar Fernández Fandiño, hoy una conocida pintora, y Elena López Corzo. Teníamos de profesora a la madre Caballo, a quien engañábamos manchándonos la nariz con tinta roja para simular una hemorragia y no hacer los deberes. Una vez me escondí en la zona de clausura del colegio para ver cómo era la vida de las monjas allí y cuando me descubrieron me mandaron a casa, donde me castigaron con unos buenos cachetes y sin salir una semana, mientras que en el colegio me prohibieron bajar al recreo durante una temporada.
Al cumplir los catorce años nos trasladamos a vivir a Ángel Senra y cambié de colegio. Fue cuando comencé a ir a los primeros guateques con amigas como Ana Pedregal, Gogó, Chiqui, Teté Blas, Charo y Chus. Las fiestas se hacían en casa de José Pan da Vila en O Burgo, a donde acudían muchas pandillas de la ciudad y gente conocida como los hermanos Jesús y Jorge Peteiro y Juan Ponte. Los buenos tiempos se acabaron cuando fui a Santiago a estudiar Pedagogía. Cuando acabé la carrera comencé a trabajar en el centro de Aspace en Sada y después en el colegio Obradoiro, tras lo que monté el centro La Academia en Ángel Senra, donde sigo desarrollando mi vida laboral.
Me casé y tengo una hija llamada Sofía, y cuando mi trabajo me lo permite, sigo reuniéndome con mis amigas de la pandilla de la infancia, con quienes hago excursiones y lo paso bomba recordando los viejos tiempos.